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Las cofradías en la Semana Santa

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Orientaciones pastorales

Queridos diocesanos:

En la Semana Santa celebramos los grandes misterios de nuestra fe. La pasión salvadora, la muerte redentora y la gloriosa resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. En esta semana central del año litúrgico las Cofradías cumplen una misión fundamental en la piedad del pueblo fiel y en la misión evangelizadora de la Iglesia. En esta carta pastoral ofrezco algunas orientaciones pastorales sobre nuestras Cofradías y Hermandades de Semana Santa.

Actualmente estas instituciones están llamadas a integrarse más plenamente en la misión y tareas pastorales de la Iglesia, especialmente después del Concilio Vaticano II, sin perder su identidad, pero renovándose y adaptándose cuanto sea necesario para ser medios de evangelización y de edificación de la Iglesia.

Pertenencia a la Iglesia. Ser miembro de una Cofradía es una forma de estrechar los lazos de pertenencia afectiva y efectiva a la Iglesia, y un nuevo motivo para sentirse llamado a vivir más plenamente las exigencias del Bautismo, por el que todo cristiano ha sido incorporado a Cristo y a su Iglesia. El ser “cofrade” debe llevar consigo una práctica fiel y constante de los deberes de un miembro vivo de la Iglesia, con un compromiso consciente y adulto.

A un cofrade se le debe exigir el conocimiento de la doctrina cristiana; la participación habitual en la Eucaristía dominical y la frecuencia de los sacramentos de la Penitencia y de la Comunión; y un modo de vida coherente con la fe y la moral católicas.

Espiritualidad específica. Cada Cofradía o Asociación favorece también la devoción a un determinado aspecto del misterio de Cristo, por ejemplo, la Pasión o la Cruz.

La espiritualidad específica de las Cofradías es más rica cuanto más entroncada está en la Liturgia de la Iglesia. La Liturgia, en efecto, ayuda a integrar los actos de culto y de piedad en el misterio de Cristo que se celebra a lo largo del año litúrgico.

Condiciones para una fecunda renovación:
– fidelidad a los orígenes, para transmitir a las nuevas generaciones el auténtico espíritu y la más pura tradición de su fundación.
– unidad y fidelidad al servicio de la Iglesia, aun conservando la legítima autonomía de los laicos y las peculiaridades de cada una, reflejadas en los estatutos y reglamentos.
– comunión plena con el Obispo e inserción en la vida diocesana y parroquial, mediante la integración de sus actividades en la pastoral de conjunto y la participación en los consejos pastorales correspondientes, para contribuir con el propio carisma a la edificación de la única Iglesia de Cristo.

Formación en la fe. Las Cofradías desarrollarán una programación de formación en la fe para todos sus miembros, en coordinación con los servicios diocesanos de Evangelización y Catequesis, mediante la organización de cursillos, conferencias, retiros, ejercicios espirituales… o bien invitará a los cofrades y asociados a participar en esas mismas actividades que otras Asociaciones de la Iglesia organizan. Generalmente la formación suele estar confiada por los Estatutos al Consiliario o Capellán de la Cofradía.

Ha de ser una preocupación constante de los que han de realizar esa formación, el insertar la vida de las Cofradías en el ritmo del año litúrgico y el informar del espíritu de la Liturgia todas las actividades, de manera particular los actos de culto y de piedad popular, a la luz de la constitución sobre Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium.

Caridad y apostolado. El culto y las celebraciones, aunque constituyan la actividad preferente y principal, no pueden absorber todas las energías y el tiempo de las Cofradías ni ser la única actividad. Más aún, la autenticidad del culto, para que éste no resulte vacío, se verifica también en la práctica real del amor fraterno y de los compromisos sociales. Los miembros de las Cofradías no pueden vivir de espaldas a la misión de la Iglesia y a las necesidades y problemas de los hombres, especialmente de los más pobres y necesitados.

El primer apostolado que se ha de pedir al cofrade se encuentra en el ámbito de la familia y del lugar de trabajo, de convivencia y de diversión. Aquí es donde ha de manifestarse su condición de creyente de palabra y de obra, poniendo en práctica todas las virtudes evangélicas, como la justicia, la honradez, la abnegación, el espíritu de servicio. Pero, a nivel institucional y corporativo, las Cofradías y Asociaciones deberán destinar una parte proporcional, y no meramente simbólica, de sus ingresos al sostenimiento de la Iglesia y a obras sociales de promoción humana y de caridad, llevadas a cabo por las mismas Instituciones existentes en la Iglesia (Misiones, Cáritas, Manos Unidas…). No puede olvidarse que el hombre es imagen de Dios y que Cristo está presente en los pobres (cfr. Mt 25, 40-45).

Relaciones mutuas en la Iglesia. Dentro de cada Cofradía ha de crearse un ambiente de colaboración generosa, sacrificada y humilde, y aun de amistad y fraternidad gozosa. Pero sus miembros han de abrir su comprensión y ayuda a las demás cofradías, parroquias, y otras comunidades, para el bien común y el mejor servicio del pueblo de Dios. Las Cofradías, como las demás Asociaciones de fieles, han de integrarse, desde su peculiar identidad, en la vida y pastoral de la comunidad parroquial o religiosa donde están establecidas y en los planes pastorales de la Diócesis, sin fomentar protagonismos excluyentes ni aislamientos estériles. La comunidad parroquial o religiosa, a su vez, acogerá a las Cofradías y les facilitará todo aquello que, siendo peculiar de las mismas, no entorpezca su vida comunitaria: así ambas se enriquecerán mutuamente y ofrecerán un testimonio de unidad y caridad que fomentará la vida cristiana para el bien del pueblo de Dios.

Con mi afecto y bendición,

+ Vicente Jiménez Zamora
Arzobispo de Zaragoza

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